«Angelito»
Ilustración: Javier Berján
Bunde Chigualo
Se escucha, allá lejos, entre palafitos y esteros, ya en otro mundo, más allá de los clavos y astillas de esta cuna eterna. Alguien pregunta y los demás responden, alguien canta y de pronto una multitud fascinante de distintas voces quebradas se unen a aquella procesión coral, y desde el otro lado en ese cajoncito, el angelito.
Ya nada es tan oscuro como el ámbito en el que la criatura duerme para siempre. Nuevas luces de distintos colores en cada voz, en cada sangre que todavía fluye, celebran la vida en la majestad de la muerte. Alguien danza, alguien llora. Alguien siente el peso de estar vivo llevando entre sus brazos la humilde creación del ebanista.
En medio de esta celebración que solo puede tener lugar cuando una voz ya no está y un cuerpo ya no puede moverse bajo las cadencias del currulao, tu sangre quieta, el Chigualito (angelito), protagonista de la fiesta, hace nacer en muchos corazones encendidos que asisten a este jolgorio, la extraordinaria envidia de aquellos mortales que todavía no han sido homenajeados: vivir sin conocer el amor, sin padecer el odio, sin abrir los ojos al horror de la vida real, sin sufrir los nauseabundos desengaños. Vaya envidia que nos provocas, silenciosa y venerada criatura, envidia terrible que solo muere en el ámbito oscuro y denso de los cuatro tablones que arman tu eterno hogar.
Vino para ser libre, para moverse a sus anchas en estos andurriales que domina con malabares y humo, con temor y espanto, con promesas y requiebros malsanos que perturban los sentidos. Gusta de calentar su vida con el afecto de las mujeres bonitas y sus conquistas están señaladas con figuras estatuarias, con recuerdos de damas airosas de ojos rutilantes para poder dar con la belleza de un cuerpo.
Texto: Sebastián Villanueva
Inspirado en : Leyendas del bajo chocó, Rogerio Velasquez M.