Ilustración: Javier Berján
El piso de Tumaco
«Para algunos negros de la costa, Tumaco no está enclavado en terreno de formación marina sino sobre el lomo de una ballena que llegó del Ecuador después de navegar mucho tiempo.
El animal nació arriba, cerca de los volcanes. Una tarde la tierra no pudo más con ella y se quebró. Rodando, bajó por la corriente del Daule arañando las lomas, pelándolas. Había que verla dando vueltas por los saltos, tumbando cedros, montándose sobre los sembrados. Todo cayó en su remolino. De esta manera llegó al mar, en donde abrió el estuario del Guayas y las bocanas de Cabo Manglares.
Ya en el océano, combatió con el agua salobre que se le metía en las fauces. No estando acostumbrada a los colores variables, a las anchuras movibles, a lo que avanza y retrocede, golpeó las espumas, las olas y peces relampagueantes con sus aletas renegridas. Cuando se zambullía, hacia temblar la costa y abría entradas en los bosques.
Las islas, que eran vivas y humanas, se opusieron a su paso. La Tola y su hija, Santa Rosa y Bolívar, Valdés y La Palma se confabularon en su contra. Unidas y rabiosas, ordenaron a sus taguales y caobos, mangles, cauchos y cocoteros que hundieran sus raíces más allá de los cimientos del mundo para frenar las incursiones de la que azotaba las rocas y los troncos.
Al fin, la ballena con cargas mortales y con la ayuda de las tempestades, atravesó la muralla. Con este último esfuerzo partió a Bocananueva y metió su rabo pelado entre el Pindo y El Bajito. Sobre su superficie nacieron los árboles maderables y las plantas medicinales. Dejó que la Viciosa y el Morro jugaran sobre su espinazo. Encima del pescuezo se le montó el Viudo a llorar sus desengaños. Después llegaron los hombres, la ciudad, la raza que piensa cada siglo en amurallar a la ballena que vino de arriba, del pie de los volcanes.
Así llegó a Tumaco. Se dice que se quedó allí por el clima calmado y por el amplio espacio, porque deseaba descansar de los combates, y por el bienestar y la alegría que le produjeron los brazos de mar y los meandros.»
Leyendas del bajo chocó, Rogerio Velasquez M.
Texto: Sebastián Villanueva
Inspirado en : Zrõarã nẽburã (Historias de los antiguos), una compilación de cuentos narrados por Floresmiro y algunos parientes suyos reunida por el antrópologo colombiano Mauricio Pardo Rojas. Este documento sigue siendo hasta la actualidad la mayor recopilación escrita de literatura oral de los emberas del Chocó. 1984 el Centro Gaitán de Bogotá
Jaibaná
En las profundas SELVAS del PACIFICO Colombiano, en las riveras de sus ríos, habitan los GUARDIANES de la sabiduría de la naturaleza. Desde hace miles de años, los indígenas EMBERÁS, cuidan la tierra y se comunican con los espíritus del agua, del viento, de las rocas, de las plantas y de los animales.
Allí donde la noche despierta en miles de sonidos y los bosques se hunden entre el mar y el ríos.
Cuentan que antiguamente… los JAIBANÁ, o verdaderos Hombres, son quienes viven entre el mundo de los espíritus y el mundo real. Son los sabios chamanes de la selva, que tienen el deber de comunicarse con los espíritus de todos los seres para pedirles permiso, así sea para tomar un fruto o cazar un animal, tienen que pedirles permiso para no traer enfermedades o maleficios a su comunidad, también tienen el poder de transformarse en el animal que deseen, de curar a la gente y de traer la abundancia y la prosperidad a sus pueblos.
Pero… antes de ellos, fue el espíritu del agua, llamado ANTUMIÁ quién enseña a los EMBERAS a valerse por si mismos para sobrevivir.
EL ANTUMIA
Visto desde lejos, parece un gigantesco hombre cubierto de pelos alborotados, con temibles garras y zagás mirada, vive debajo de los profundos ríos y su fuerza sobrehumana responde al llamado de su Jaibaná.
Aquí empieza la danza, la danza del Antumiá, un dialogo entre el espíritu del agua y un verdadero hombre o Jaibaná.
Fotografía: @lauraptera23
Ballena Jorobada
(La ballena jorobada (M. novaeangliae) es una de las especies más emblemáticas del grupo de los misticetos (ballenas) debido a su gran capacidad acrobática.
El Pacífico colombiano, además de ser uno de los lugares más biodiversos y desconocidos, forma parte del área de reproducción de las ballenas jorobadas de la población del sureste del Pacífico. Esta población se alimenta durante el verano austral en las aguas de la Antártida. Cuando el frío llega y ese lugar se vuelve frío y oscuro, las ballenas inician su migración hacia las aguas cálidas del trópico. Cada año, las aguas de Bahía Solano reciben la visita de estos cientos de ballenas que nos hacen vivir experiencias de ensueño.
Las ballenas jorobadas migran a Colombia desde las aguas frías del polo sur en un viaje de más de 8.000 kilómetros durante dos meses aproximadamente. Llegan en mayo y se van a finales de octubre. Los adultos no se alimentan aquí y pierden hasta 10 toneladas de peso. Solo las crías se alimentan
En Colombia, puedes avistar ballenas y llevarles serenata
Cada año, cuando miles de ballenas jorobadas regresan a su zona de cría cerca de una bahía protegida, los lugareños se reúnen en la playa para recibirlas con cuentos, bailes y música.
Cada mes de julio, decenas de miles de visitantes llegan a la costa del Pacífico colombiano, abarrotando los frenéticos muelles de pasajeros del puerto de Buenaventura mientras esperan las lanchas rápidas que los llevarán a las pequeñas comunidades que bordean la remota Bahía Málaga. Han venido a ver a las ballenas jorobadas.
Las ballenas, que se cuentan por miles, están en su propia misión masiva: migrar de sus zonas de alimentación cerca de Chile a sus zonas de reproducción cerca de Colombia, donde permanecen hasta octubre.
Durante la temporada de avistamiento de ballenas, que comienza a mediados de julio, hay barcos con capitanes y guías autorizados que llevan a los visitantes —en su mayoría colombianos, pero cada vez más extranjeros— a ver a las criaturas abrirse paso, echar aire y golpear el agua con sus aletas y colas.
En tierra, los visitantes también pueden presenciar un espectáculo menos conocido, pues los residentes de la zona se reúnen en un festival anual para celebrar a las ballenas y revivir una cultura que se desvanece.
‘Yo le tenía mucho miedo a las ballenas’
En una noche de finales de junio, el sol bajó y un delicioso fresco se extendió por la playa de La Barra, un pueblo de unos 400 habitantes al borde de la Bahía Málaga.
El festival, con un público formado principalmente por lugareños, estaba a punto de comenzar. Aparte del fotógrafo y de mí, los únicos asistentes eran miembros de un gran contingente de médicos y veterinarios voluntarios que habían venido a ayudar a los habitantes del pueblo. Por todas partes deambulaban perros y gatos vendados.